Resumen del libro de Rafael Echeverría

domingo, 25 de noviembre de 2012

5. El escuchar: el lado oculto del lenguaje

La comunicación humana tiene dos facetas: hablar y escuchar. Generalmente se concibe el hablar como más importante porque hablar parece ser el lado activo de la comunicación, mientras que escuchar suele considerarse como pasivo. Suele suponerse que si alguien habla lo suficientemente bien, es decir, fuerte y claro, será bien escuchado. A partir de esta interpretación, el escuchar generalmente es algo que se da por sentado y rara vez se le explora como asunto problemático. Sin embargo, un nuevo sentido común acerca de la importancia de la escucha está emergiendo. Las personas comienzan a reconocer que a menudo escuchan mal y que, a menudo, les es difícil escuchar lo que otros dicen y encuentran dificultades al hacerse escuchar de la manera en que desearían. Este fenómeno se da en todos los dominios de la vida. El tema de escuchar se ha convertido en una inquietud importante en las relaciones personales.



La ontología del lenguaje sostiene que mientras mantengamos nuestro tradicional concepto del lenguaje y la comunicación, difícilmente podremos captar el fenómeno del escuchar o seremos capaces de desarrollar las competencias requeridas para producir una escucha más efectiva.


Si examinamos detenidamente la comunicación, nos percatamos de que ella descansa principalmente en escuchar y no en hablar. La escucha es un factor fundamental del lenguaje. Hablamos para ser escuchados y el hablar efectivo sólo se logra cuando es seguido de una escucha efectiva. Escuchar valida el hablar y, es el escuchar lo que confiere sentido a lo que decimos. Por lo tanto, el escuchar es lo que dirige todo el proceso de comunicación.


La concepción prevaleciente en nuestros días de la comunicación está basada en la noción de transmisión de información, esta es una noción heredada de la ingeniería de la comunicación y desarrollada por C. Shannon, entre otros. La noción de transmisión de información oculta, precisamente, la naturaleza problemática del escuchar humano. Esto sucede, a lo menos, por dos razones. Primero, porque no dice nada acerca de uno de los principales aspectos de la comunicación humana -la cuestión del sentido. No podemos abocarnos a la comunicación humana sin considerar la forma en que las personas entienden lo que se les dice. La forma como hacemos sentido de lo que se dice es constitutiva de la comunicación humana y es también un aspecto fundamental el acto de escuchar. La noción de transmisión de información sólo opera como una metáfora cuando se usa en la comunicación humana, sin embargo, distorsiona el fenómeno que pretende revelar. Segundo, nuestra manera tradicional de abordar la comunicación humana supone que los seres humanos se comunican entre sí de una manera instructiva. La comunicación instructiva se produce cuando el receptor es capaz de reproducir la información que se le está transmitiendo, pero los seres humanos, como argumenta Humberto Maturana, no tienen los mecanismos biológicos necesarios para que el proceso de transmisión de la información ocurra en la manera que describe la ingeniería de la comunicación. Los seres humanos al igual que todos los seres vivos son sistemas cerrados, esto significa que lo que les sucede en sus interacciones comunicativas está determinado por su propia estructura y no por el agente perturbador. Los seres humanos no poseen un mecanismo biológico que les permita "reproducir" lo que "realmente" está ocurriendo en su entorno. Las perturbaciones ambientales sólo "gatillan" nuestras respuestas dentro del espacio de posibilidades que la estructura humana permite.


Humberto Maturana señala que el fenómeno de la comunicación no depende de lo que se entrega, sino de lo que pasa con el que recibe. Esto es un asunto muy distinto a "transmitir información". Podemos concluir entonces que decimos lo que decimos y los demás lo que escuchan; escuchar y decir son fenómenos diferentes.


Normalmente damos por sentado que lo que escuchamos es lo que se ha dicho y suponemos que lo que decimos es lo que las personas escucharán. Comúnmente no nos preocupamos siquiera de verificar si el sentido que nosotros damos a lo que escuchamos corresponde a aquel que le da la persona que habla y, la mayoría de los problemas que enfrentamos en la comunicación surgen del hecho de que las personas no se dan cuenta de que escuchar difiere de hablar.

Escuchar no es lo mismo que oír, oír es un fenómeno biológico y, aunque escuchar tiene una raíz biológica y descansa en el fenómeno del oír, escuchar no es oír. Escuchar pertenece al dominio del lenguaje y se constituye en nuestras interacciones sociales con otros.


Lo que diferencia el escuchar del oír es que cuando escuchamos generamos mundos interpretativos. El acto de escuchar siempre implica comprensión y, por lo tanto, interpretación. Escuchar es oír sumado a interpretar. El factor interpretativo es de tal importancia en el fenómeno del escuchar que es posible escuchar aun cuando no haya sonidos y, en consecuencia, aun cuando no haya nada que oír. Podemos escuchar los silencios. Cuando escuchamos, no escuchamos solamente palabras, escuchamos también acciones, esto es clave para comprender el escuchar.


Cuando hablamos, normalmente no ejecutamos una acción, sino tres tipos de acciones relevantes para el proceso de comunicación humana. Fue el filósofo británico J.L. Austin quien originalmente hizo la distinción de estos tres tipos de acciones. En un primer nivel, está el acto de articular las palabras que decimos, Austin los llamó "actos locucionarios". En un segundo nivel, está la acción comprendida en decir lo que decimos. Finalmente, existe un tercer nivel de acción comprendido en el habla y Austin lo llamó "actos perlocucionarios" y ocupan de las acciones que tienen lugar porque se dijo algo, aquellas que se producen como consecuencia de lo que decimos. Un determinado acto ilocucionario puede asombrar, convencer, fastidiar, etcétera.


Siguiendo a Austin, podemos decir que cuando escuchamos, escuchamos los tres niveles de acción. Primero, escuchamos el nivel de lo que se dijo y cómo fue dicho. Segundo, escuchamos el nivel de la acción involucrada en lo que se dijo (sea esto una afirmación, una declaración, una petición, una oferta o una promesa). Tercero, escuchamos el nivel de las acciones que nuestra habla produce. En esta interpretación del lenguaje las palabras son herramientas que nos permiten mirar hacia todos esos niveles de acciones.

Hay una naturaleza activa en el escuchar, se puede escuchar mal o escuchar de manera efectiva. La ontología del lenguaje postula que esa parte del escuchar va más allá del hablar, es un aspecto primordial de escuchar efectivo. Cuando escuchamos, no solamente escuchamos las palabras que se hablan, también escuchamos las acciones implícitas en el hablar. Escuchar las acciones implícitas en el acto de hablar no es suficiente para asegurar la escucha efectiva, se requiere también de hacer dos preguntas básicas: ¿para qué está la persona ejecutando la acción? y ¿cuáles son las consecuencias de esta acción? Según la forma en que respondemos a esas preguntas, la misma acción puede ser escuchada de maneras muy distintas.


Las acciones aparecen como respuestas a un propósito, motivo o intención y, se supone que en estas intenciones reside nuestra conciencia o mente. Este supuesto es uno de los cimientos de la tradición racionalista.

El racionalismo supone que generalmente hay una intención o meta tras toda acción y la tradición racionalista busca las "razones" de las personas para actuar de la manera en que lo hacen. Una acción es considerada racional si corresponde a las intenciones conscientes que nos hemos fijado al ejecutarla. Desde esta perspectiva, uno de los factores básicos que hace que esta acción tenga sentido es su intención. Por lo tanto, una de las maneras en que damos sentido a una acción es descubriendo la "verdadera intención" que existe tras ella. Una acción que es coherente con su "razón" o "intención verdadera" es una acción racional.

Este problema se le presentó también a Sigmund Freud y él comenzó efectuando dos contribuciones importantes en relación a este problema. La primera fue señalar que los seres humanos actúan frecuentemente sin intenciones conscientes, es decir, sin un conocimiento claro de por qué lo hacen. La segunda es que aun cuando ellos creen saber por qué están haciendo lo que hacen, las razones que esgrimen pueden ser legítimamente impugnadas. Esto resulta precisamente la labor del terapeuta en el análisis: impugnar las "razones" del paciente y ofrecer "razones" distintas.


La ontología del lenguaje reconoce que la propuesta de Freud es coherente y considera que es una importante contribución, sin embargo, discrepa con los pasos siguientes dados por Freud como forma de generar una interpretación que sea coherente con su postulado de que la conciencia que los individuos tienen de las razones de su actuar, es decir, de sus intenciones, no es confiable.

Habiendo reconocido un problema en la interpretación tradicional, Freud procuró resolverlo dentro del marco de algunos de los supuestos aceptados en su época. Uno de ellos es el supuesto llamado de la primacía de la mente o la conciencia, que forma otro de los pilares del programa metafísico. Como la conciencia, según Freud, no es capaz de explicar algunas de nuestras acciones, no hay más que suponer que tiene que existir otra entidad, de rango similar a la conciencia, pero diferente de ella por cuanto no se asocia a los fenómenos conscientes. La propuesta de Freud es que tenemos dos mentes, la consciente y la inconsciente. Con esto nos mantenemos dentro de la tradición que utiliza la mente como principio explicativo de la acción humana. En vez de cuestionar en concepto de intención, Freud lo extiende y, postula que además de nuestras intenciones conscientes tenemos también intenciones inconscientes. La ontología del lenguaje no coincide con la solución ofrecida por Freud a este problema.

Uno de los problemas del supuesto de intenciones es que implica partir cada acción en dos: la acción misma y la acción que nos lleva a actuar. Puesto que la acción que nos lleva a actuar es una acción en sí misma, ésta puede dividirse en dos nuevamente, la acción que nos lleva a actuar, por sí misma, y la acción que nos lleva a actuar, y así sucesivamente en regresión infinita. Al proceder de esta manera también se divide en dos a la persona que actúa: la persona revelada por las acciones que realiza y la persona que supuestamente está decidiéndose a actuar. Esto nos hace entrar nuevamente en una regresión infinita, ya que el decidirse a actuar es, en sí mismo, una acción que supuestamente alguien hace. La idea de que cada acción implica un yo que la hace ser similar a aquella que sostiene que, cada vez que vemos una flecha volando, debe haber un arquero que la disparó. Si hay una acción, suponemos que un agente o persona la hizo. La humanidad ha estado atrapada en este supuesto durante mucho tiempo. El separar la acción de la persona puede haberse originado en la forma en que hablamos, pues normalmente expresamos <"yo" hice tal cosa>. Las limitaciones de nuestro lenguaje a menudo ocasionan problemas filosóficos altamente sofisticados.


Una de las fortalezas del pensamiento científico es que, desde sus comienzos, se liberó del supuesto de que hay una persona creando los fenómenos. Nietzche fue un pensador que también observó que realizamos esta extraña operación de separación descrita arriba. Al igual que Nietzche, la ontología del lenguaje postula que "el agente es una ficción, el hacer lo es todo". La ontología del lenguaje sostiene que la acción y el sujeto, es decir, el "yo" que ejecuta la acción, no pueden separarse. En realidad, son las acciones que se ejecutan las que están permanentemente constituyendo al "yo". Sin acciones no hay "yo" y sin "yo" no hay acciones. De esto se deduce que somos quienes somos según las acciones que ejecutamos (y esto incluye los actos de hablar y de escuchar). Albert Einstein adoptó una posición similar. En una conferencia que dictó en Inglaterra sobre la metodología de la física teórica, dijo que si queremos entender lo que hace un científico no deberíamos basarnos en lo que el científico nos diría acerca de sus acciones, sino limitarnos a examinar su obra. Esta es también una de las posiciones centrales de la epistemología desarrollada por el filósofo de las ciencias Gaston Bachelard.


Cuando actuamos y cuando conversamos estamos constituyendo el "yo" que somos y, lo hacemos tanto para nosotros mismos como para los demás. Nuestras acciones incluyen tanto actos privados como públicos y también nuestras conversaciones privadas y públicas.

La noción de "intenciones" se desmorona al oponernos a separar a la persona de sus acciones. Según la ontología del lenguaje, es el supuesto mismo de intención el que debe ser sustituido.

La ontología del lenguaje propone una interpretación completamente diferente. Dice, inspirada en la filosofía de Martin Heidegger, que cada vez que actuamos podemos suponer que lo hacemos para hacernos cargo de algo. A este algo lo denominamos inquietud. Se puede decir, por lo tanto, que una acción se lleva a cabo para atender una inquietud. Se plantea la inquietud como la interpretación que damos sobre aquello de lo que nos hacemos cargo con la acción. En este sentido, inquietud es una interpretación que confiere sentido a las acciones que realizamos, un relato que fabricamos para darle sentido al actuar. Fabricamos algunas historias después de realizar las acciones y, otras, antes de hacerlo.


La ontología del lenguaje postula que el lugar en que debemos buscar las inquietudes no es "tras" la acción, ni en la mente de las personas, sino en el escuchar lo que la acción produce. Cuando observamos las acciones de las personas y cuando las escuchamos hablar, les otorgamos un sentido construyendo historias acerca de qué es aquello de lo que las acciones se hacen cargo. Plantea que las inquietudes no están radicadas en la acción misma o en la mente o en la conciencia de la persona que actúa, sino en cómo las interpretamos. Como tal, la inquietud es siempre un asunto de interpretación y reinterpretación. Nadie es dueño de las inquietudes y nadie tiene autoridad final para dar con la "inquietud verdadera". Cada persona tiene derecho a sus propias interpretaciones y a sus propias historias sobre sus acciones y las de los demás. El hecho de que tengamos historias acerca de nuestras propias acciones no las hace verdaderas. Algunas interpretaciones pueden estar mejor o peor fundamentadas, pueden ser más o menos válidas, más o menos poderosas. Según sea la interpretación que sostengamos, se nos abrirán ciertas posibilidades y se nos cerrarán otras. Historias diferentes crean mundos diferentes y formas de vida diferentes.


La ontología del lenguaje plantea las inquietudes como interpretaciones del sentido de nuestras acciones, como historias capaces de conferir sentido por cuanto responden a la pregunta sobre el qué es aquello de lo que el actuar se hace cargo. El sentido de las acciones remite a las interpretaciones que construimos a través del lenguaje, con el poder de la palabra. Se enfatiza que esas interpretaciones o historias residen en el escuchar de las acciones. Las inquietudes son distintas de las intenciones, puesto que ellas no residen en el orador sino en el escucha. Puesto que somos capaces de escuchar y observar nuestras propias acciones, somos capaces de atribuirles sentido.


Cuando escuchamos podemos escuchar las inquietudes de las personas y escuchamos el por qué las personas realizan las acciones que realizan. Cuando escuchamos no somos receptores pasivos de lo que se está diciendo, por el contrario, somos activos productores de historias. El escuchar es algo completamente activo. Las personas que saben escuchar son personas que se permiten interpretar constantemente lo que la gente a su alrededor está diciendo y haciendo. Quienes saben escuchar son buenos constructores de narrativas. Los que saben escuchar no aceptan de inmediato las historias que les cuentan, de hecho, a menudo las desafían. No se satisfacen con un único punto de vista. Al desplazarnos de las intenciones a las inquietudes hacemos un cambio radical en el centro de gravedad del fenómeno de escuchar. Al alejarnos del supuesto de que el acto de escuchar es un acto pasivo podemos observar la escucha como una acción a realizar, como una acción que puede ser diseñada y que se basa en competencias específicas que podemos aprender.


Cuando escuchamos no permanecemos como observadores indiferentes o neutrales, estamos reconstruyendo las acciones del orador e inventando historias acerca de por qué dijo lo que dijo. Hay otro aspecto que también participa en nuestro escuchar y es el hecho de que los seres humanos estamos obligadamente comprometidos con el mundo en que vivimos. Sabemos que lo que nos será posible en la vida no únicamente depende de nosotros, sino también de lo que acontezca en ese mundo al que estamos atados y que llevamos siempre con nosotros. Una de las grandes contribuciones de Martin Heidegger fue postular precisamente que no podemos separar el ser que somos del mundo dentro del cual somos. El fenómeno primario de la existencia humana es "ser-en-el-mundo", llamado Dasein por Heidegger.


Nuestra relación con el mundo es indisoluble y todo lo que acontece en él nos concierne. Una dimensión ontológica básica de la existencia humana es una inquietud permanente por lo que acontece en el mundo y por aquello que lo modifica y moldea. Al reconocer que el hablar es actuar y, por lo tanto, intervención que moldea al mundo, se reconoce otro aspecto crucial de escuchar. Todo el hablar trae consecuencias a nuestro mundo porque el hablar es acción. Todo hablar conlleva la posibilidad de abrirnos o cerrarnos posibilidades y tiene el potencial de modificar el futuro y lo que nos cabe esperar de él.

A menudo consideramos que lo dicho no va a cambiar nuestro mundo de manera significativa y, cuando hacemos este juicio, podemos adoptar una actitud neutral frente a lo que se dijo. Nuestra capacidad de escuchar algo de manera neutral proviene siempre de nuestro grado de compromiso con el mundo. El compromiso es primario y la neutralidad siempre es un derivado.

No hay escuchar que no esté basado en el futuro del que escucha, al escuchar se pone en juego es el modo como el oyente escucha que esas acciones afectarán su propio futuro.

Cuando conversamos, el hablar y el escuchar se entrelazan. Ambas partes hacen esto al mismo tiempo. Todo lo que uno dice es escuchado por el otro, quien fabrica dos clases de historias: una acerca de las inquietudes del orador cuando dice lo que dice y, la otra, acerca de la manera en la que lo dicho afectará el futuro del oyente. El filósofo alemán Hans-Georg Gadamer llamó a esto la "fusión de horizontes".


La "fusión de horizontes sucede en el escuchar de ambas partes. Cada parte aporta no sólo una historia a la conversación, ambas contribuyen con dos, una sobre las inquietudes de su interlocutor y la otra sobre sí mismo. En el acto de escuchar, ambas partes producen esta "fusión de horizontes". La manera en que la fusión se realiza en cada una de ellas nunca es la misma.

La gran contribución de la filosofía del lenguaje ha sido superar la tradicional concepción descriptiva del lenguaje y el reconocimiento del lenguaje como acción, por tanto, su capacidad de transformar el mundo. La ontología del lenguaje busca llevar la comprensión de éste ámbito de una comprensión diferente de la existencia humana. Su mirada es existencial y es dentro de ese contexto que analiza el fenómeno de escuchar.

Escuchar remite a tres ámbitos diferentes: el ámbito de la acción, el ámbito de las inquietudes (que le confieren sentido a la acción) y el ámbito de lo posible (definido por las consecuencias de las acciones del hablar).

Un cuarto ámbito, que resulta particularmente importante para la disciplina del "coaching ontológico" , es que hablamos de acuerdo a cómo somos. Este ámbito reconoce la relación entre hablar y ser. Lo que sostiene es que en el hablar, como una forma importante del actuar, se constituye el ser que somos. Al reconocer la relación entre hablar y ser se crea un ámbito particular del escuchar. Al hablar revelamos quiénes somos y quien nos escucha puede no sólo escuchar lo que decimos, puede también escuchar el ser que se constituye al decir aquello que decimos. El hablar no sólo nos crea, sino que también nos da a conocer, nos abre al otro, quien a través del escuchar tiene una llave de acceso a nuestra manera de ser, a lo que conocemos como alma humana. El escuchar propio del "coaching ontológico" se trata de un escuchar que trasciende lo dicho y que procura acceder al "ser".


Escuchar se convierte en un dominio para el aprendizaje y diseño y, no únicamente en un aspecto determinado de la vida humana, por lo tanto, tiene su lado práctico. El acto de escuchar está basado en la misma ética que nos constituye como seres lingüísticos, esto es, en el respeto mutuo, en aceptar que los otros son diferentes de nosotros y, que en tal diferencia son legítimos. El respeto mutuo es esencial para poder escuchar, sin la aceptación del otro como legítimo, autónomo y diferente, el escuchar no puede ocurrir. Al hablar nos abrimos a la posibilidad de exponer al ser que somos, hacemos accesible nuestra alma humana, hay en ello una particular apertura hacia el otro. Esta misma apertura debe estar presente, aunque de manera diferente, en quién escucha. Al respecto, Gadamer comenta que es importante escuchar al otro sin pasar por alto su planteamiento y escuchar lo que tiene que decirnos y, que para lograr esto, la apertura es necesaria. Gadamer explica que la apertura hacia el otro incluye el reconocimiento de que uno debe aceptar incluso algunas cosas que pueden ir en contra de uno.

Humberto Maturana expresa el mismo punto de vista de Gadamer cuando sostiene que "la aceptación del otro como legítimo otro" es requisito esencial del lenguaje. Cada vez que rechazamos a otro restringimos nuestra capacidad de escuchar, producimos la fantasía de escuchar al otro mientras estamos, básicamente, escuchándonos a nosotros mismos. Al hacer esto nos cerramos ante las posibilidades que los demás están generando.

Comprender el fenómeno del escuchar como únicamente transmisión de información es limitarlo. La condición fundamental para escuchar es la apertura. En verdad no podemos abrirnos en el sentido de que escuchar al otro nos diga cómo es ese otro realmente porque nunca podremos saber cómo son realmente las personas y las cosas, somos incluso un misterio para nosotros mismos. Solamente sabemos cómo observamos y cómo interpretamos y el escuchar parte de esta capacidad de observación e interpretación. Cuando escuchamos a otros, nos abrimos a ellos inventando historias sobre ellos mismos basadas en nuestras observaciones, pero serán siempre nuestras propias historias. La distinción de apertura sólo tiene sentido dentro del reconocimiento de que los seres humanos son sistemas cerrados.


La condición humana no se constituye en el dominio de nuestra biología, sino en el del lenguaje. La ontología del lenguaje denomina a la manera de ser que comparten todos los seres humanos como "ser ontológico", que equivaldría a lo que Martin Heidegger denominó Dasein. La ontología del lenguaje rescata lo que Heidegger señaló postulando que los seres humanos son seres cuyo mismo ser es relevante para ellos. Ser humano, en este sentido, es hacerse cargo de forma permanente del ser que se es. El "ser ontológico", por lo tanto, siempre está desgarrado por un sentido fundamental de incompletud. Los seres humanos no tienen una esencia fija, lo que es esencial en ellos es el estar siempre constituyéndose, estar siempre en un proceso de devenir. Debido a esto, el tiempo es un factor primordial para los seres humanos. Al mismo tiempo, dentro de esa manera común que compartimos los seres humanos, contamos con infinitas posibilidades de realización.

Llamamos "persona" a las diferentes maneras en que los distintos individuos realizan su manera común de ser como seres humanos. Como individuos somos todos iguales en cuanto a nuestro "ser ontológico" porque compartimos formas básicas que nos hacen a todos humanos y, por otro lado, somos distintas "personas" porque todos resolvemos los enigmas de la vida de distintas maneras.

La ontología del lenguaje postula que el fenómeno del escuchar está basado en esas dos dimensiones fundamentales de la existencia humana: "ser ontológico" y "persona". Nuestro ser ontológico nos permite entender a otros, puesto que cualquier otro ser humano es un camino posible de realización de nosotros mismos, sin embargo, somos personas diferentes, atendemos a nuestro ser de distintas maneras. Precisamente porque somos diferentes es que el acto de escuchar se vuelve una necesidad. Como personas, debemos concedernos plena autoridad en cuanto a que somos una expresión válida del fenómeno general de ser humano. Todo lo que interpretamos y observamos en otros es el reflejo de un alma diferente en el trasfondo de nuestro ser común.


El fenómeno del escuchar implica dos movimientos diferentes: el primero nos saca de nuestra "persona" (de la manera particular de ser que somos como individuos) y, el segundo afirma y nos acerca a nuestro "ser ontológico" (aquellos aspectos constitutivos del ser humano que compartimos con los demás).

La interacción comunicativa es como una danza, implica coordinación de acciones con otra persona. A esto se le llama el contexto de la conversación y éste condiciona nuestro escuchar. Cualquier cosa que se diga es escuchada dentro del contexto de la conversación que estamos sosteniendo. Otro factor importante que afecta nuestro escuchar es el estado emocional de la conversación, esto se refiere a una distinción a través de la cual damos cuenta de una predisposición -o de la falta de ella- para la acción. Siempre estamos en un estado emocional u otro y según ese estado el mundo y el futuro parecerán diferentes. El estado emocional de la persona tiñe la manera en que ve el mundo y el futuro y, asimismo, tiñe lo que escucha. En muchos casos, el significado que daremos a ciertas acciones y las posibilidades que veamos como consecuencia de ellas, serán completamente distintas cuando el estado emocional es diferente. Por lo tanto, si nos interesa mantener una escucha efectiva, debemos habituarnos a observar, en primer lugar, el estado emocional en que nos encontramos cuando conversamos y, en segundo lugar, el estado emocional de la persona con quien se sostiene la conversación. No seremos escuchados como esperamos si el estado emocional no es el adecuado para llevar a cabo la conversación.

No únicamente es de importancia observar el estado emocional de las personas cuando entablamos conversación, también hay que tomar en cuenta que la conversación misma permanentemente genera cambios en los estados emocionales de quienes participan en ella. Lo que decimos, la manera en que lo decimos y el momento en que lo decimos generan estados emocionales distintos en la persona que escucha. Distintas conversaciones tienen estados emocionales distintos y se pueden modificar al modificar la conversación. Para una comunicación efectiva es necesario aprender a ser buenos observadores del estado emocional de una conversación.


Hay muchas formas de juzgar el estado emocional de las personas, lo que dicen normalmente lo refleja. La manera en que una persona habla permite que el oyente escuche cómo está viendo esa persona el mundo y cuál es su posición respecto del futuro. Además de las conversaciones, también podemos juzgar el estado emocional de las personas observando su cuerpo. Nuestras posturas físicas son también maneras en que nuestra forma de ser se manifiesta. Un factor más que debe ser tomado en cuenta en relación con la escucha es la historia personal porque las personas escuchan lo que se les dice de maneras distintas de acuerdo a sus experiencias personales. La historia personal desempeña un papel importante en determinar no sólo quiénes somos sino también lo que seremos en el futuro. La persona siempre escucha a partir de esa historia porque el presente hereda del pasado inquietudes, posibilidades que aceptamos y negamos, y más. La historia de experiencias personales se reactualiza en la capacidad de escuchar que vamos teniendo en el presente. Esa historia personal abre o cierra nuestro escuchar y es uno de los principales filtros que anteponemos al momento de comunicarnos. Para una comunicación efectiva es importante cuestionarnos acerca de la manera en que nuestra historia personal podría estar afectando nuestra manera de escuchar, y cómo la historia personal del que nos escucha puede afectar su capacidad de escucharnos.

Cuando hablamos coordinamos acciones con otros y también participamos en crearnos una identidad con las personas que nos escuchan y, cualquier cosa que digamos contribuye a crear esta identidad en el dominio público. Al hablar, las personas no únicamente escuchan las acciones comprendidas en el discurso, sino que también emiten juicios y desarrollan historias acerca de la persona que habla.


El dominio de la confianza es de especial importancia en el modo en que somos escuchados. La confianza afecta directamente la credibilidad de lo que decimos y, por consiguiente, la manera en que nos escuchan los demás. Somos escuchados de manera muy distinta según si quien nos escucha confía o no en nosotros. La identidad que mutua que las personas tienen entre sí afecta la manera en que se escuchan unas a otras.

Cuando escuchamos también lo hacemos desde nuestro trasfondo histórico porque nuestra propia individualidad es el producto de condiciones históricas particulares. Como individuos, somos la encarnación de nuestro trasfondo histórico y esto implica tanto los discursos históricos como las prácticas sociales. Los discursos históricos son esas metanarrativas que generan identidad colectiva y son importantes para entender el fenómeno del escuchar porque son campos de generación de sentido. Cuando las personas provienen de discursos históricos similares o complementarios, ellos pueden llegar a ser parte de su sentido común, de aquél espacio que nos parece obvio. Personas de discursos históricos similares tienden a escuchar de manera similar y personas de discursos históricos diferentes pueden tener dificultades al momento de comunicarse. A menos que demos reconocimiento a que los diferentes tipos de escucha se relacionan con los distintos discursos históricos y logremos establecer puentes de comunicación, terminaremos culpándonos mutuamente de algo que nos antecede como individuos y frente a lo que tenemos escasa responsabilidad. La principal diferencia entre los discursos históricos y las prácticas sociales es que, mientras los primeros asumen forma de narrativas, las prácticas sociales son simplemente maneras recurrentes de actuar de las personas. Las prácticas sociales son maneras específicas de coordinar acciones. Una práctica social es una manera establecida de tratar de hacernos cargo de nuestras inquietudes como seres humanos en la sociedad en la que vivimos. Las prácticas sociales generalmente definen las entidades que son relevantes para tratar una inquietud y especifican las acciones que deben, pueden o no pueden ocurrir cuando nos ocupamos de esa inquietud, así como también las condiciones de satisfacción que esas acciones deben cumplir, de modo que podamos juzgar que la inquietud fue tratada eficazmente. En las prácticas sociales no existe necesariamente un relato que explique por qué hay que hacer las cosas de determinada manera, se hacen de esa manera simplemente porque esa es la forma en que en esa determinada comunidad se hacen las cosas. Una práctica social es el resultado de una particular deriva histórica que impuso una manera determinada de comportamiento. Cuando nos comportamos de una manera no aceptada por una sociedad determinada, la manera en que seremos escuchados puede ser muy perjudicial para nosotros.

El escuchar no es un fenómeno sencillo, pues muchos factores intervienen en la manera en que escuchamos y en la manera en que los demás nos escuchan. En un mundo tan diversificado como el nuestro, el escuchar se convierte en un asunto de gran importancia para asegurar una comunicación efectiva, el éxito personal y la convivencia misma.